-séptima temporada-

martes, 30 de noviembre de 2010

Un post navideño



Para estas fiestas mi madre ha obligado a mi abuela a escribir tarjetas con saludos navideños.
La idea es que esas tarjetas después se mandan por correo (el de los buzones y los sobres que se lamen) a las amistades de toda la vida para que las pongan de adorno en sus árboles de Navidad.
Y aquí estamos mi abuela Juana y yo en el living de su casa, cruzándonos de brazos después de que madre se fuera al trabajo y cerrara la puerta echándonos una mirada de "no vayan a dejar de hacerlo".

Juana baja la vista suspirando, como para evitar mirar la pila de tarjetas de "Pintores sin manos" acomodada sobre la mesa.

Me pide que le alcance la libreta de direcciones. Busco debajo de unas gordas guías telefónicas (esas listas de apellidos y números que se usaban cuando no había internet) y encuentro un cuaderno sucio con las hojas resquebrajadas bien amarillentas.

Mi abuela desempolva la libreta. Se pone los anteojos. Me pide un lápiz. Primera página. Lee. Tacha.
Lee. Tacha.

-¿Y, nonne? ¿A quién le mandamos la primera tarjeta? -un hermoso paisaje alpino bajo la luz de la estrellita de Belén fruto del esfuerzo maxilar de una joven arrollada por un ferrocarril está esperando ser enviado como caluroso saludo.

-El ingeniero Achával murió de cirrosis en el 95. Allegra, mi prima del friuli, cumpliría 125 años este otoño. Rubén Ansaldi falleció el año pasado. Estuvimos en el velorio ¿te acordás? No, fui con tu mamá.

-¿Te traigo un sacapuntas?

-Argañaraz, 1987, cáncer de colon. Aries Adelina, la que trabajaba en Gath y Chaves, neumonía e infeccion hospitalaria, 1999...

Mientras ella tacha y tacha, pienso: Claro, cuando naciste en 1920 no muchas de tus amistades pueden abrir una carta. Ni respirar. Ni nada.

...Bernabei, hará quince-diecisiete años, a pesar de lo que dijeron yo creo que fue a los golpes; el marido era muy agresivo.

Sigue tachando. Pasa la página.

!Ah, acá está!:
Choli, mi pedicura. Vino el mes pasado a atenderme.

Pequeñas e inevitables obligaciones sociales (el fin de año y la llegada de las fiestas las potencian al absurdo): mandarle una tarjeta navideña a tu pedicura.
Termina de escribir, firma y me pide que le alcance un sobre.
Lo bueno de mi abuela es que, entre tantos mancos y rengos, va tanteando el camino que la saque del oscuro laberinto de la sociedad:


[Querida Choli: Mis uñas crecen cada día más fuertes y radiantes, al igual que mi afecto hacia usted.
Felices fiestas le desea, Juana B. G.]

lunes, 15 de noviembre de 2010

Literatura contestataria

A cualquiera le puede tocar un sobrino leporino.






Pero no todos cuentan con el privilegio de que proteste contra su madre vía estado-trágico-de-Facebook.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Licencia por dramaturgia (Estáis todos invitados!)


La Plata, Argentina

Pérdida. Día 16


Estiró el cuello hacia adelante para alcanzar con la vista las piernas desnudas. Ya casi estaba seca. Como todavía le quedaban algunas gotas resbalándole por las pantorrillas usó la toalla celeste que se había enroscado en la cabeza. La palpó un poco. No estaba tan húmeda.

Sobre el borde de la bañera apoyó la punta de un pie. Se ajustó el toallón verde manzana que le envolvía el torso con un nudito a la altura de las axilas. La tela celeste subió desde el tobillo hasta la mitad del muslo barriendo las gotas. Después la otra pierna.

Al bajar el pie un resbalón la hizo tambalearse. Le costó recobrar el equilibrio para no irse al suelo. Tenía que acomodar la barra de la cortina: reducir al mínimo la distancia entre la tela plástica y la pequeña pared de la bañera. De otro modo el agua de la ducha se filtraba empapando el piso.

En puntitas colgó la toalla. Cuando volvía sobre sus talones para desempañar el espejo y empezar a peinarse vio la mancha. Una bolita roja de la medida de una uña, morada en los bordes y de un granate más espeso en el centro, que contrastaba con el blanco de los azulejos del piso. Sobresalía levemente de un charco de agua formado junto a la rejilla. De lejos esa diminuta isla bordeaux podía pasar por una mora.

Se puso en cuclillas para verla con claridad. Un coágulo de sangre que seguramente le había caído de entre las piernas mientras se secaba los tobillos. Respiró hondo mirando a su alrededor. No es algo bueno perder sangre. Para colmo, ni siquiera cerca del período -perdió la mirada en la horizontal del zócalo.

Atrás del bidet había un objeto. Se paró y apoyó una mejilla contra la pared sudorosa. Entre los caños que se metían en los azulejos llegó a distinguir el cabito blanco y los pelos grises de una pluma. Tal vez había viajado desde la calle pegada a la suela del zapato de uno de sus padres. El cálamo terminaba en una punta afilada como una aguja de tejer que la tentó a rodear el bidet con un medio abrazo y agarrarla.

En un reflejo se la llevó a la cara haciendo correr las tersas barbas de la pluma por la piel de su cuello. Había encontrado el instrumento con el que examinaría el bultito rojo. Casi desatando del todo el nudo dejó que la toalla se aflojara. Cortó un tramo de papel higiénico y constató que no perdía sangre.

Algo de agua le humedeció los glúteos no bien tomó asiento sobre el piso con las piernas cruzadas frente a la mancha. Acercó la pluma al objeto; encorvaba los hombros. Aun cuando los músculos se resistieran mediante unos tirones calurosos que arrancaban desde la nuca, con esa posición ganaba una imagen más nítida del coágulo. Hundió el cálamo unos milímetros. La viscosidad de la bolita parecía soportar esa penetración sin atascos –una cuchara en gelatina.

Bruscamente el movimiento se interrumpió. La chica desenterró la pluma de la pelotita, acaso había puesto punto final a la operación. Con un esfuerzo extra de la espalda y otro tanto de la nuca, acortó la distancia que la separaba del objeto de examen hasta donde se lo permitieron los tirones cada vez más intensos.

El brillo translúcido del coágulo se había biselado; parecía un rubí. Por encima se desprendía una capa superficial que en uno de los bordes se elevaba formando una especie de lengüeta.

Notó que la punta de la pluma estaba teñida de una ínfima mancha roja más chiquita que la cabeza de un alfiler. Después de colocar la punta por debajo de la solapa consiguió que la lámina se despegara. Con suavidad fue corriendo la cobertura, era como pasar la página de un libro muy frágil. Al fin la capa quedó a un costado, fuera del charquito que rodeaba al coágulo. Por dentro la pelota mostraba una coloración más clara: rosada y lustrosa, como untada con lubricante.

Era mejor cambiar de posición. Soltó la pluma y se recostó boca abajo para examinarlo más de cerca. El agua del piso atravesaba la toalla llevando frío al vientre. Los brazos cruzados bajo el pecho le proporcionaban el apoyo que le permitía sostener el torso en alto de modo de arrimar los ojos al bulto.

Vio la cabeza, los bracitos, las dos piernas. Un feto del tamaño de un botón. Todavía quedaba algo de esa película liviana cubriéndole la cara como una máscara. Quería verle los rasgos.

Acercó muy despacio el extremo filoso al velo morado. A unos milímetros rotó la pluma para que el cálamo pudiese escarbar levemente si se hacía necesario. La ínfima manchita roja de la punta quedó a la vista. Mal que mal era un hijo. Dio vuelta el bisturí: los pelos de la pluma eran suaves y la intervención podía llegar a pasar casi por un mimo.

Cansaba bastante sostener el instrumento a mano alzada. Quizá apoyar parte de la palma en el piso le daría la precisión que le hacía falta. El feto se sacudió como mecido en una cuna invisible. No podía ser… a menos que el nudillo del meñique hubiese generado como una marea al sumergirse un poco en el charco. Ante todo, entonces, había que sacar al cosito de la pequeña laguna que lo rodeaba.

En ese azulejo las gotas que había dejado filtrar la cortina de la ducha se habían dispuesto dejando un charco con aspecto de S. Tiene la forma de Paraguay precisó. Visto desde este punto de comparación, el bulto se encontraba en la localidad boqueronense de Mariscal Estigarribia, al noroeste de Concepción, o lo que es lo mismo, en el centro del charco, un poco corrido hacia la izquierda. Desde que la envoltura removida cerraba el paso en la frontera oeste, el trayecto más corto para atoar el feto fuera del agua era hacia abajo. Sacarlo por Formosa, digamos. El problema era que cruzar el Pilcomayo a esta altura significaba entrar en territorio de la rejilla. Exponer ese cuerpo como de gelatina a las rendijas del desagüe —ni hablar— no era una opción a tener en cuenta. Le quedaba hacer frente al camino que, aunque un poco más largo, prometía mayor seguridad: hacia la derecha.

Se trataba ahora de dar con el modo de remolque para arrastrar el bulto. Apoyando la sien a ras del piso llegó a ver que la mitad inferior de la cobertura todavía seguía ahí, como media cáscara de nuez acogiendo al coso. La redondez de la base invitaba a un deslizamiento sencillo pero, a cambio, amenazaba con inclinarse demasiado y acabar dando una vuelta campana. Optó por hacer girar al embrión sobre sí mismo unos ciento ochenta grados, a la manera de una aguja que de marcar las nueve horas pasa a señalar las tres en punto. Con cada mediogiro se acercaba a una distancia de un cuerpito. La cosa pasaba por ejecutar una presión pareja que no desbalanceara el frágil equilibrio convexo de la base de apoyo.

Estaría a una sola rotación de llevar a buen puerto al feto gracias a su estrategia de desplazamiento hacia el oeste. Como el aspa de un molino, el cuerpo rotó por última vez a estribor y las extremidades inferiores quedaron a resguardo del agua.

El ruido de la puerta hizo que la chica dejara caer la pluma.

-¿Falta mucho para que desocupes el baño, Ivana?

Lo sintió como si el padre le hubiera golpeado en el pecho.

-Ya lo dejo, papá. Dame un minuto.

-Tengo quince para bañarme y salir.

-¡Ahí va!

No alcanzó a oír si los pasos se alejaban. Se había acercado a la puerta y se tapaba pechos y pelvis con las manos. El toallón verde caía de costado dejando ver el pezón derecho. El espejo seguía empañado por el vapor; la toalla celeste, colgando junto a la ducha; la cortina, replegada a un costado como un acordeón. Tenía que llevarse al feto. Y la pluma.

A la lámina cobertora sí la retiró con papel higiénico para arrojarla por el inodoro. Necesitaba un recipiente que brindara cobijo al bulto. Sin la certeza de que no habría moros en la costa había que mantenerlo escondido en el camino hasta el dormitorio. Revolvió los estantes del armario. Se hizo con un peine, la tapa del desodorante de su padre y el billete de dos pesos que unos días atrás había encontrado en el bolsillo del jean. Tendió el billete junto al feto enclavando los ángulos de ese extremo del papel mediante los dedos índice y mayor. Con el penacho de la pluma dio el empujoncito que hizo subir el feto al papel moneda. El cuerpo tapaba al menos dos renglones de la Historia de Belgrano. Con lentitud Ivana elevó esa suerte de alfombra semi-rígida que era el billete y colocó su palma izquierda por debajo. La tapa del desodorante haría las veces de cúpula protectora. Ubicó el cilindro blanco en el centro de su mano y lo cubrió echando encima la ropa sucia. Después de ajustarse el toallón introdujo la pluma entre sus senos.

En el pasillo la corriente le refrescó la cara. Apenas se asomó a la cocina, el hombre dejó caer el mate sobre la mesada de material. “¡Al fin!” rezongó con una media sonrisa mientras alzaba las manos como si agradeciera al Cielo. Ivana lo vio estirarse hacia una silla para agarrar pantalón, medias y camisa —las manos velludas se detuvieron en un ojal.

-¿Sabés dónde hay alfileres de gancho, Ivana? —la pregunta la obligó a frenarse junto a la mesa, a medio camino; le preocupaba que la carga de la ropa volteara la tapa del desodorante y terminara aplastando a su abortito.

-No. Ni idea —a lo lejos oyó un chillido agudo: las bisagras vencidas de una puerta abriéndose o un bebé que lloraba— ¿Podrías bajar un poco la barra de la cortina, papá? Se pasa el agua y queda todo empapado.

Retomó la marcha: salió de la cocina y entró a su dormitorio. La mano que quedaba libre echó llave a la puerta. Con cuidado quitó camisón, corpiño y bombacha de su brazo izquierdo. La tapita blanca había resistido. Después de retirar la tapa dejó el billete sobre la almohada. Se acuclilló junto a la mesa de luz. Le dolía el cuello: se le había hecho un nudo en la espalda. En un movimiento de pequeños círculos, las yemas de la mano tantearon la masa muscular agarrotada. Sentarse en el suelo cruzando las piernas le daba un respiro al cuerpo y le dejaba la línea de visión un poco por encima del feto. Las barbas le hicieron cosquillas cuando se sacó la pluma de entre los pechos. La toalla cayó sobre su falda. Se le endurecieron los pezones: pequeñas grietas iban creciendo y ramificándose desde el borde de las aureolas hacia el centro y en el sentido inverso. Así la piel roja se arrugaba al tiempo que el pezón se iba elevando. Contraída y tensa, la aureola había reducido su tamaño.

Giró para prender la lámpara. Bajo esa luz le costaba trabajo identificar las distintas partes del cuerpito. El pedazo de costra continuaba en su lugar ocultando la cara del embrión. La idea era usar el penacho de la pluma tal que enganchara entre dos pelos la lámina, como una pinza.

No se decidía a correr ese velo hasta no garantizar cierto rigor milimétrico en la manipulación del instrumento. Observó la sombra de sus manos proyectada en las sábanas: una mediación que podría permitirle tomar distancia de su propio cuerpo y hacerse una idea más confiable sobre su pulso.

Arrimó la pluma. Uno de los pelos rozó la piel blanda. Quizá los ojos del fetito la estuvieran mirando tras el manto gomoso.

La pluma se enterró en el coágulo deshaciéndolo. Un escalofrío le arrancó desde el centro del pecho estremeciendo hombros y brazos. Lo último en temblarle fueron las manos. Se llevó la pluma a la cara: entre pelo y pelo gotas rojas, un poco violáceas y un poco rosadas. En el billete, una manchita gelatinosa embadurnaba el flequillo ladeado del General Mitre. Por suerte no había alcanzado la almohada.



jueves, 28 de octubre de 2010

Viejas verdades

En lo que dicen los viejos y ciudadanos maduros con una cuota interesante de amargura vital, hay mucha mierda; todos lo sabemos.

"Qué poco se lee"
" X es malo para la salud"
"La tecnología va a matar a X" (inserte cualquier cosa que aún esté viva, funciona en todos los casos)
etc., etc.

Me refiero a ese discurso basado en el axioma motor: los jóvenes de hoy somos mucho peores en cualquier aspecto en que se nos compare con los de hace años. Axioma que se desprende de la verdad indiscutible cimentada sobre el hecho objetivo de que el mundo se va a la concha del pato en cualquier momento.

Sin embargo, algunas de estas afirmaciones sostenidas por incontables viejos insoportables no dejan de ser ciertas. Hay que admitirlo. Por ejemplo:

Claramente tengo un problema de concentración en Internet

Me intereso por algo, busco, abro cien hipervínculos y entre el ir y venir termino olvidando lo que estaba haciendo y abandonando o reemplazando la búsqueda. En este sentido, considero que a futuro... sería... bueno... ¿qué es eso? actualizó el blog...? a ver

viernes, 8 de octubre de 2010

Magnum opus

A la brevedad me voy a poner a escribir mi obra maestra.
El tema es que, para hacerlo, voy a necesitar una serie de vivencias profundas que marcarán mi vida sin vuelta atrás y serán el sello inconfundible de mi estilo.

Tengo que pensar muy bien a dónde voy a ir a experiementar el momento clave de mi juventud por el cual sufriré ese trauma que sólo podrá expiarse mediante la escritura de esta, mi más renombrada creación.

Ha comenzado mi década furiosa.

jueves, 30 de septiembre de 2010

A transpirar la camiseta de encaje

Si no publico con regularidad
es porque estoy tratando de traer la copa a la Argentina.

"Team Femenino", con Anita Leporina en mórbida posición de enganche, está haciendo una gran campaña a pura gambeta glamorosa



Los botines de strass me quedaron divinos. Si en algún momento nos toca jugar al atardecer prometo que los combinaré con medias de red bajo los pantaloncitos cortos.


Mientras tanto...

miren el fixture de la próxima fecha:






Pronósticos...?

domingo, 22 de agosto de 2010

Las niñas leporinas saludan

el paso a la clandestinidad ontológica del Pederasta en Jefe, Cda. RF





con el puño y la minifalda en alto,

AL, G, O.

sábado, 21 de agosto de 2010

Somos los mismos de siempre

Todo bien, yo me prendo con la estrategia de guerra de guerrillas para hacer la revolución.

Pero en el monte
va a tener que haber
sí o sí
Wi-Fi

martes, 17 de agosto de 2010

Sentirse Orsi

Me gustaria ser mas sensible. Porque la verdad es que, haciendo un balance general, soy bastante hija de puta.
o sea, no es que sea mala persona, solamente me causan gracia las personas con sindrome de down o que les patina la egrre.
es un sentimiento autentico, que me sale desde el alma. No está mal o no?
Los viejos q demoran mucho en el cajero automatico merecen morir. Y lo digo con buena onda. no es por algo personal, simplemente ya cumplieron su funcion en esta vida. lo mejor es que se vayan con un poco de dignidad y de paso agilicen las esperas.
(señora, ¿por què no saca el monedero y va haciendo las cuentas mentalmente antes de que el almacenero le diga cuánto es? Si no, como que queda un tiempo muerto muy aprovechable que termina disolviendose en el mostrador)
los niños tambien me dan mucha bronca. Què es eso de cambiarle el pañal al bebè en la mesada de los baños de restaurantes y demás lugares públicos? Las heces transmiten peligrosísimas enfermedades sea cual sea el cuerpo que las defeca. Un pequeño ano, terso y melifluo como un capullo de violeta de los alpes, tiene las mismas probabilidades de encajarme una alta escherichia coli que uno baqueteado y homeless.
Ha llegado el momento de golpear más a los niños. y desde este mismo blog quiero promover una campaña de violencia contra los menores. Claro que bien utilizada, nada de agarràrselas con ellos porque son más débiles. No, señor. Esto es intolerabe, ya que el pequeñito puede vengarse perfectamente empuñando un revólver de modo de volarnos la cabeza a un clic de gatillo. En ese sentido, la violencia no conduce a nada bueno.
Debemos agredir a los infantes con el solo objetivo de que se comporten como corresponde, esto es, que no pasen por encima los derechos de otros seres humanos.
A las generaciones anteriores, que hoy en día son padres -pésimos padres-, les han cagado la cabeza con tanto "We dont need no/ education..." o La sociedad de los poetas muertos. Está en nosotros remediar este estado de dictadura infantil alzándonos en bofetadas y chaschases contra los tiranos de corta edad. me caben mucho los nenes pero no pueden ser unos forros que te tiran arena en la cara cuando tomas sol en la playa. una vez, vaya y pase, les advertis severa y cortesmente. la segunda vez lo justo es pegarles una trompada en la boca. de ultima despues les vuelven a crecer los dientes. Tener 5 años no les da derecho a arruirarme la vida.

Tambièn me falta sensibilidad en toda la cuestion esa del amor, que yo respeto mucho, aunque no deja de parecerme una boludez a pedal para camuflar algo inexistente. El amor no existe, mostrameló, a ver.

Ah, los gatos. Los gatitos no me producen nada. Un gato me da lo mismo que un cenicero de arcilla. Basta de mitificar a los gatos.
El que junta papeles viejos porque le traen recuerdos atesora mierda, sépalo. No, no mierda. De hecho, atesora alimento de ácaros y gusanos que después se te pueden meter en la piel y te queda así mirá


Y después tranqui, porque la cartita tan linda que te mandó Pocho en séptimo grado permitió el nacimiento de este bicho que ahora te está comiendo toda la carnita por adentro y no quiere parar. Para deshacerse de este flagelo, tienen que remojar un algodón con alcohol y ponerlo sobre el agujero que abrió el parásito, entonces el gusanito se ahoga o se quema y sale carpiendo de la piel, asoma la capocha y ahí... prácate! lo cazás con una pinza de depilar y lo extráes. Eso, gusano por gusano, con cada agujero. Ante cualquier duda consulten a su médico.

Volviendo al tema, hay que parar de asignar valor a la basura.
Los amaneceres son una cagada. El que te dice "vamos a quedarnos despiertos para ver la salida del sol" te quiere culear. El sol sale todos los fuckin` dias, idiota mental.

Ir a conocer a un recién nacido a un hospital es un bajón absoluto. Todos lo hacemos de compromiso. Resulta que estás ahí y atrás de un vidrio ves que dentro de una caja de plástico hay un bulto carnoliente. Ay qué lindo.



Divino. El agujero con bordes de plastico lo sacó del papá. Igualito a cuando andaba con el ano contra-natura.
El día que yo tenga un hijo los voy a llamar para que lo conozcan una vez que haya empezado a hablar, cuando haga algo, es decir, cuando sea minimamente un ser humano y no un simple feto extramuros.
Y esto porque yo no soy una forra como esas madres que te compelen a ir a un hospital para que veas lo que les acaba de salir de la concha. Yo soy copada, una buena persona. Y tengo mi sensibilidad.

domingo, 8 de agosto de 2010

Impresiones reprimidas, un caso de Emotividad Artificial

La inteligencia artificial sigue siendo, en muchos aspectos, una quimera de las sociedades hiperindustriales.
Sin embargo, desde hace bastante contamos en nuestras casas de pequebúes con una tecnología mucho más sofisticada: la emotividad artificial.
Pudo haber pasado desapercibida en tanto tal hasta el momento, pero quién se atrevería a negar que no ha proferido alguna vez el grito cotidiano y desesperado:

La impresora se volvió loca!!

Me consta que todos nosotros hemos sido víctimas, en nuestro propio hogar, de esos ruidosos trastornos que nos dejan desconcertados y envueltos en hojas, hojas que ella nos escupe en la cara, tan inmaculadas como entraron, o a lo mejor, con unas manchitas en forma de barras descoloridas.
Las hay también que empiezan a comunicarse en otros idiomas, por ejemplo cuando te devuelven el papel con una impresión del tipo: ŵŸ ˜ ћ ‰ ′ ″ Ω ⅛ ż⅞ ←їј↑ ℮⌠ ⌡─ Ź Ż │╔ ‡ • ╕ ╖ ќ ќ╡ ╢ ▐ ŷ ▐ □ ▪њ ▫ ▫ ◘ ♠ -muy probablemente a causa de alguna clase de esquizofrenia de esa que tantas veces en la historia fue confundida con posesión diabólica.

Allí está ella, misteriosa y empacada, carraspeando con su garganta metálica de motor que no arranca; impotentes la vemos zarandear locamente sus cartuchos a un lado y otro. Hermética en su demencia de dispositivo funcional y caprichoso.

¿Por qué traumático desperfecto es que sus engranajes pulsionales no pueden subordinarse al primado de la zona cabezal?

Tal vez haya suprimido en el pasado alguna impresión que trae conflictos a su conciencia estampativa, y ahora las impresiones se acumulan en fila trabando su pobrecillo mecanismo, como un eslabón que falla en la cadena y va amontonando sobre la cinta una bola obstaculizadora que crece y crece, y amenaza con mandar al diablo la eficiencia meticulosa de la producción en serie.

Negarlo no le sirve a nadie. La convivencia con las impresoras se va poniendo difícil.
Lo que sucede es que, a los 2 o 3 años de estrenada, nuestra impresora ha llegado a la pubertad impresoril y, en vez de llenarse de piercings o tatuajes para unirse a una pandilla, prefiere escupir las hojas que vos le mandás con suma buena voluntad tratando de hacer lo mejor para ella y para todos. Quizá la acartuchada se rebele como exteriorización de algún trabajo de duelo que no logramos entrever en los resquicios de su dinámico mecanismo.

Los usuarios incomprensivos pretenden solucionar la interrupción documental acudiendo al célebre "coscorrón ubicatorio", pero la agresión física no suele llevar a nada bueno. ¿Qué cara vamos a poner cuando El-chico-que-arregla-la-compu finalice su peritaje de cuentapropista cibernético y nos acuse: "-Tiene marcas de maltrato"...?

Movemos cabezales, también giramos rodillos, nada parece acabar con su ágrafa indeterminación, continúa férrea en su resistencia a representar el papel.
Incluso llegamos hasta manipular las agujas y ensuciarnos los dedos con tinta, buscando la puntada que congele el loco devenir de su deseo desatado, la puntada que segregue la tinta sobre el blanco formato A4 trazando el caracter.
Minúsculas violencias que operamos en sus entrañas con el objetivo de lograr, de una vez por todas, estampar lo que queremos al pie de la letra.

Inútil es intentar canalizar su libidinosa tinta hacia fines escriturarios de la más diversa índole mediante la presión compulsiva del botoncito de "Print". Presión que ejercemos por su propio bien, que quede debidamente asentado, para que sea una impresorita hecha y derecha, y no vaya a ser señalada por otros electrodomésticos o gadgets como "la loca de la casa".

En fin, qué aparato...

miércoles, 21 de julio de 2010

Fugaz interludio hacia el éxito


Es evidente que mi destino es ser una estrella de rock. Lo tengo todo. No puedo fallar.
Lo único que me estaría faltando es una oportunidad, una chance melodiosa de que el mundo me oiga y me ame inmediatamente. Ah, y también necesitaría saber cantar más o menos y tocar algún instrumento.

Lo de mi aprendizaje en la guitarra no estuvo tan mal. Yo estaba practicando el arpegio de "No woman, no cry". Calculo que estaría a menos de un paso de la gloria pop cuando el profesor me dijo: "Pará, pará".
Paré, apoyé la palma sobre las cuerdas e hice girar la guitarra para que quedara boca abajo sobre mis muslos, como un nene al que le vas a dar palmadas en la cola.
"No sé si es que no te gusta o no le dedicás tiempo, pero estás estancada. Yo no quiero ser más tu profesor. Supongo que con un cancionero te arreglarías bien". Miré el reloj, faltaban 40 minutos para el final de la clase. "-Bueno, ¿sigo tocando hasta las cuatro o terminamos acá?". "-Preferiría que te fueras ahora".
Eso no lo puedo negar: el profesor siempre era muy claro a la hora de explicar qué había que hacer.
Me puse a enfundar el instrumento, él se paró, se acercó a la puerta. Estaba apurado. Acomodé rápido mis cosas y salí del departamento sin recibir saludo. Bajando las escaleras se me hizo claro: es nuestro destino, Mozart, Chopin, Ricky Espinosa. Todos tuvieron obstáculos en su camino antes de triunfar. Bueno, por ahí Mozart no tanto.
Frené en el descanso de la escalera para terminar de correr el cierre de la funda. Lloré un poco.

Después estuvo lo de Dios. Había estado todo el día practicando unos temas de "Pescado rabioso". Tendría que tratar de demorar menos al cambiar los dedos de posición, si no medio que me queda el ritmo cortado cada vez que paso de acorde. Las cejillas tampoco ayudan mucho, suena como si la guitarra tuviera catarro. Cuestión que en un momento me agarró frío, apoyé la guitarra contra la pared y fui a buscar un sweater. Si digo Dios quizá sea una exageración, pasa que no sé cómo explicar que la puerta gigante y pesada del armario haya volado hacia atrás recorriendo de punta a punta el dormitorio hasta estamparse contra la guitarra, justo en el puente. Ni si quiera llegué a verlo bien. Cuando me di vuelta, estaba el mango por un lado y la caja de resonancia por el otro. Las cuerdas como tripas abiertas formando un rulo. Agarré el mástil y vi cómo mucho más abajo se balanceaba la caja sostenida sólo por las cuerdas. Apareció Minaya en el pasillo. Ella fue la que me dijo lo de la voluntad divina, que dejara la música, si no quería causar más caos. Pero Dios es como mucho. Probablemente haya sido una divinidad menor.

Una vez tuve oportunidad de mostrar mis dotes musicales frente a un artista conocido. Que se estuviera tapando los oídos no me pareció un gesto ambiguo: era para apreciar mejor mi performance.

Lo que pasa que la guitarra no es lo mío, pídanme cualquier cosa pero no que me corte las uñas, mis uñas divinas siempre largas, afiladas y con esmaltes de todos los colores. El profesor a veces me palpaba las yemas, quería ver cómo avanzaba el callo. Pero no había ninguno y se enojaba.
De chiquita aprendí muy bien a tocar el piano, lo único que nunca lo hice sonar. Apretaba el botón de "demo" que había en el órgano y se escuchaba una cancioncita. Entonces yo fingía magistralmente que movía las manos sobre las teclas. Sacudía los codos al ritmo, y la ondulación de la muñeca se acompasaba con el cadencioso movimiento de las falanges sobre las negras, las blancas y, prestissimo, de nuevo las teclas negras. También me destacaba mucho en lo que tenía que ver con articular la columna, bajaba y subía los hombros inclinando la cabeza hacia un lado mientras entornaba los ojos. Tras la coda, dejaba morir los brazos a los costados, como si la ejecución me hubiese ejecutado, o chupado las energías.
Encarnación aristotélica de la mímesis, del arte en estado puro; nadie lo puede negar, nunca fui una metafísica.
Con orgullo admito que manejo con bastante prestancia el vibraslap, pero me pesa confesar que lo que nunca aprendí son esas palabras -ni los conceptos que traen asociados-: escala, armónicos, tónica, claves... Debe ser porque yo soy una música de oído, que lleva el solfeo en el corazón, la teoría no es para mí.
Es así, no importa que fracasemos instrumento tras instrumento, nosotros hemos oído el llamado. Es el lugar que el mundo nos depara, en algún lado nos están esperando con los brazos abiertos y dispuestos a aplaudir. Somos los elegidos, el ruido y la furia sólo sirven para que nos empecinemos en la búsqueda de la celebridad que por derecho nos corresponde.
Durante mi adolescencia supe componer algunas canciones, todavía las recuerdo. Quizá en el futuro pueda subir alguna al blog, como para que se deleiten. A lo mejor algún lector, tras el click y el buffer, descubra en la música que sale de los parlantes el timbre inconfundible de mi atronador talento.

viernes, 16 de julio de 2010

Postal africana

Queridos lectores:

Africa es como la contó Conrad, intermitente y borrosa. Ni bien termine este levantamiento armado volveré a retomar el blog.
La extracción de diamantes a veces me deja sin energía. Por suerte, a mi lado está Minaya, espectadora del mundo tras bambalinas.
Ayer, cuando llegué a nuestra tienda de campaña, la encontré acariciando a su nueva mascota. Apenas me vio descorrer la puerta, comentó ansiosa:

-A Nico también le regalaron un perro, pero el suyo vino con los ojos puestos.






El pequeño Escorbuto, perro de Minaya.

lunes, 5 de julio de 2010

El día muy verosímil en que Anita Leporina conoció a León Trotsky

Ese, el que tiene la cabeza medio abollada, ¿no es...? Sí, es!




-Hola, León Trotsky!
-Hola.
-¿Cómo está?
-Bien.
...
...
...
...
...


-Y, don León, ¿qué cuenta?
-Nada, estoy escribiendo.
-Ah.
...
...
...
...


-Y... ¿es interesante lo que está escribiendo?
-Sí.
-Qué bueno.
-...
-¿Y cómo está usted?
-Bien, estoy trabajando.
-Bueno.
...
...
...


Lo malo de las fantasías es cuando a uno no se le ocurre nada para remar la charla.

martes, 29 de junio de 2010

Consulta odontofinanciera

A la autora le roe la curiosidad por saber cuánto está cotizando hoy por hoy el diente de leche.
¿Y la muela?


Nostalgias de una economía infantil perdida.

(No vayan a pensar que estoy buscándole trabajo a mi hijo)

Muy jóvenes o paternales lectores de este blog quizá puedan echar luz sobre la cuestión.

Agradecida se despide,

A.L.
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Orsi propone:
Y digo yo: ¿no sería mucho más justo que el Ratón Pérez nos dejara plata cuando se nos caen los segundos dientes? Total, tras la desaparición de los de leche vuelven a crecer otros nuevos. Pero cuando aflojan los segundos hay que romper el chanchito para pagar los artificiosos.
Es más, considero muy negativa la dependencia generada por el roedor ibérico en cuestión. Como planteaba Rosa Luxemburgo (quien, a decir verdad, mereció que le dejaran unas monedas extra bajo la almohada para costearse de paso la ortodoncia), se trata de una mera caridad de consumo por la cual, acostumbrados a vivir de las limosnas brindadas por este oscuro especulador
múrido, los sujetos dentados neutralizan su fuerza de lucha contra un sistema explotador de encías. En este sentido, queda claro que nuestras demandas deben ir en favor de una posesión absoluta y colectiva de los medios de producción dentísticos.

Vayan masticando la propuesta.

domingo, 20 de junio de 2010

Recuerdos de una perra muerta

.
Como esa vez que el abuelo se puso en pedo y vomitó la pared, y cuando llegó papá el abuelo le echó la culpa a la perra... "-Pero, viejo, la perra mide treinta centímetros y la mancha arranca a metro y medio del piso"

jueves, 17 de junio de 2010

Orígenes lepóridos

Ayer encontré en el placard una tarea de cuarto grado de la primaria. La maestra nos había pedido reescribir un cuento tradicional. El mío empezaba así:

Lo llamaron Riñoncito porque, cuando nació, no medía más que un riñón de gato...

jueves, 10 de junio de 2010

Auspicia mi estupidez

De niña siempre temí "estancarme mentalmente". No sé, de pronto cumplir 13 años y haber quedado en un estado de desarrollo intelectual de 12. Seguir cumpliendo años... y nada. Para toda la vida en los 12, como un ascensor que se traba entre piso y piso. Los demás continuando su curso empinado hacia la madurez.
Todavía me lo pregunto: ¿cómo darme cuenta de que no estoy cognitivamente varada en los 19?

Me avergüenza decirlo, pero algunos hechos recientes parecen confirmar mis temores:

-Soñé con el Mundial.
-Me afecta bastante la publicidad de las bacterias creciendo en las cerdas del cepillo de dientes.
-Estoy convencida de que el colchoncito inflable de Sprayette tiene que ser una masa.


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Con respecto a la división por dos cifras, sigo mantienendo mi postura: tal operación aritmética padece defectos de base. En este caso es la Ciencia Matemática la que está mal, no yo. Todos sabemos que es más fácil ir probando múltiplos (cocientes) hasta llegar a un número que se acerque al dividendo. (Usted lo sabe cierto, Doctor Mauricio)

sábado, 29 de mayo de 2010

La Psicología, según Anita Leporina

Parte I
Madre experimental

No por amor, ni siquiera por ansia de trascendencia o conservación de la especie.
No.
Es evidente que todos los seres humanos queremos tener hijos por una única razón:
hacer experimentos con ellos.

¿No sería muy interesante criar al retoño junto a una jauría de perros a ver qué pasa? Aunque sea durante los primeros meses...
¿Y qué tal si desde chiquito le enseñamos a Pepe a vivir en la oscuridad? ¿Cuando sea grande va a desarrollar visión de nightshot?
¿O si educamos al pequeño Oscar de modo de evitar que incorpore a su léxico todos los conceptos asociados a tiempo, amor, espacio, yo, otros, etc.?
¿Y si mutilamos los órganos sexuales de todos nuestros hijitos a fin de que no haya diferencia genital entre ellos?
¿Y qué onda una cómoda educación al modo espartano?


Resulta que debido a la pereza y a los otros trabajos que lamentablemente acarrea el oficio de ser padres, la mayor parte de los adultos abandona estos proyectos antes de comenzar a ensayarlos. Sin embargo, siempre quedan restos experimentales.
De seguro mi madre se habrá planteado en algún punto de su alocada juventud: ¿Qué pasaría si bañara a mis hijas hasta que cumplan veinte años? Por supuesto, hay que tener en cuenta, para el caso de tales hipótesis, que el sujeto experimental puede rebelarse, generalmente hacia los doce o trece años (como fue -felizmente- el caso mío y de mi hermana).



Parte II
La confusión de los discípulos

El profesor de Psicología comenzó ese año lectivo con un entusiasmo inusual. Había dado en la tecla: si se quiere estimular a los adolescentes en el aprendizaje y que, al mismo tiempo, éste resulte significativo, nada mejor que darles un material de lectura que los interpele y los haga reflexionar sobre su realidad más cercana. Llegó entonces el profe con Palabras para adolescentes o El complejo de la langosta de Françoise Dolto. Lectura individual y obligatoria durante clase.
En su condición de curiosa colegiala, Anita Leporina se dedicó a leer la obra con atención.

"De cualquier modo, no deja de ser un hecho positivo que los adolescentes entren en contacto físico apenas sienten ese impulso, pero hay que estar atentos a que esa penetración de los cuerpos no se confunda con masturbación mutua; lo importante es llegar a consumar una verdadera unión sexual, con todo lo que ello implica".


¿¿¿Masturbación mutua???
.............!
La amenaza de este repudiable fenómeno advertido por Dolto me acompañó largo tiempo.
Ya fuera en oscuras últimas filas de cines o estrechos asientos traseros de autos, sobre sábanas cuestionablemente blancas o entre la grama sin podar, irrrumpía -en el instante fervoroso de la pasión liberada- la preocupación psicológica: ¿No será esto, en realidad, una masturbación mutua?
...
Los cuerpos jóvenes retozan en incandescente lecho de brasas anhelantes: ¿masturbación mutua?
Ya se encarama la cresta espumosa del deseo sobre la profundidad agitada: ¿masturbación mutua?
En el boscaje primaveral de la vida, los núbiles duendecillos tantean los pistilos florecientes en busca de la emanación nectarosa que haga sobrevenir, al fin, el marasmo: ¿masturbación mutua?

En resumidas cuentas, no se trata de "vos agarrame así, entonces yo te toco...". No, no, no. La masturbación mutua, con todos sus peligros, nos acecha incluso en los momentos más tradicionales de nuestros hábitos íntimos del amor. Por ejemplo, usted, señora, que se pensaba que estaba garchando con todas las letras, por derecha, con todas las de la ley, usted también debe detenerse a reflexionar si no habrá sido masturbación mutua aquel gesto de amor por el cual vino a traer al mundo a ese hermoso ser que es Pepito, el que ve en la oscuridad.

Bueno, se los dejo como para que lo piensen en casa, nomás.


Parte III
-Manifiesto-
Yo, la chupadora (Thumbsucking)

Mucho se ha dicho sobre nosotras. Ha llegado el momento de rectificar nuestra denostada imagen.

Sí. Nos chupamos el dedo.
¿Cómo vivir de otro modo? ¿Cómo conciliar el sueño sino acudiendo a ese arrullador chupeteo que inyecta de miel nuestra sangre?
La suave presión sobre el paladar hundido. El precioso engaste de la uña curvada entre el canal de la lengua, apenas caliente. El perfecto pinchazo de los dientes inferiores en el nudillo. Nuestra deforme e impecablemente acoplada dentadura acogiendo el montículo de la yema del pulgar.

No lo intenten en sus casas, pérfidos normales, sepan que lo que han ganado en madurez de relaciones objetales lo han perdido en placer sencillo, autosuficiente y magnífico. Ustedes no tienen ni la boca ni el pulgar de las que hemos pateado calle en materia de fijación oral: nosotras hemos chupado vida. Prueba de ello es que, si ahora ensayo la succión con el pulgar que no me chupo, lo siento incómodo, algo que me abarrota la boca, que hay que expulsar. No cualquiera es una chupadora.

Nosotras asimismo tenemos facciones. Nos individualizamos en este ejercicio. Yo, por ejemplo, me cruzo un mechón de pelo al pómulo. Huelo mi cabello mientras succiono. A veces muevo el índice que está en el mundo (quiero decir, el que queda fuera de la boca) y raspo con el pelo los labios semicerrados. Leo las texturas con el tacto, escucho el sonido de las hebras de cabello amasadas contra la piel.
Hay quienes se tocan el lóbulo de la oreja o manosean una prenda de vestir. Las que recién empiezan suelen preferir la oreja de un osito de peluche.

También hay varones chupadores. Pero reprimen el vicio. Los hombres aguantan poco, son más débiles. De cualquier modo, enhorabuena, hermanos. Hemos mamado la misma idiosincracia. Somos patria bucal. No nos separa la diferencia sexual, la burda topografía del bajo vientre. Nos une el coreográfico encaje sensomotriz.

"¿Vas a tener 21 años y te vas a chupar el dedo?" -me inquirían de niña para apremiarme a que abandone el placer.
Era buena la pregunta. Yo no podía hacerme la imagen de una mujer chupándose el dedo.
Pero cumplí 21 y aquí estoy. Firme y succionando el día a día.
"¿Te vas a casar y te vas a chupar el dedo?" era otra de las preguntas -para no ahorrar en presiones superyoicas- que solían hacerme mis padres.
Quédense tranquilos: el día que me case, hago fiesta con pulgares de goma anatómicos a ver si, siquiera por un instante y de lejos (creo haberlo explicado más arriba), mis invitados pueden paladear esta fuente inmejorable de deleite.

He oído que ustedes, al tragar, llevan prolijamente la punta de la lengua a uno de los pliegues del paladar. Nosotras ejecutamos de distinta manera la deglución: con la lengua horizontal empujamos los incisivos. Pequeños sacrificios que concedemos en pos de libar el propio cuerpo. Cualquier ceremonia es succión, fuerza centrípeta que vampiriza el cosmos.

No nos obsesionamos con besar, ni con comer, ni con hablar. Nos chupamos el dedo.
A veces cuando estamos cansadas o aburridas o queremos relajarnos. A veces no.
No nos evadimos de nada. Nos encontramos con nosotras mismas adentro de nosotras.

No hay una buena razón para dejar de chuparse el dedo. No sé por qué los demás son tan raros.




La felicidad y, en primer plano, Anita Leporina.

miércoles, 26 de mayo de 2010

La ley primera

Anita Leporina dice:

- Mirá! La perra está bailando tap!!!

Minaya piensa: La llevé al veterinario. Tiene un Mal de Parkinson galopante. Minaya dice:

- ¿Viste?

.

sábado, 22 de mayo de 2010

García y la anfitriona compasiva

En la fiesta:

- Serías tan amable de indicarme un lugar con privacidad.
- Sí, cómo no... ¿para qué?
- Para tener una discusión conyugal por vía telefónica.
- Pasando la cocina está el lavadero... ¿Tópico?
- "No sacaste la basura"
- Uh, uno de mis preferidos!

domingo, 2 de mayo de 2010

De pensamiento, palabra, obra y omisión

No es nada fácil ser tan bolchevique y divina. En la arena de la sucesión de los días se libran combates sangrientos que me van despeluchando el espíritu.

Entro al negocio de ropa, miro, elijo, soy feliz. Paso al probador y allí mismo, frente al espejo y entre las perchas que se caen, la angustia: ¿cuánta plusvalía tendrá incorporada este strapless? ¿Serán conscientes de sus reivindicaciones históricas de clase los obreros que han elaborado este regio estampado animal print?

Además, el domingo pasado no fui a la marcha. Un día a la semana que le consagramos a la revolución y falto. Soy lo peor. Estoy poseída por la burguesía.

...Miles de iraquíes muriendo a manos del pulpo imperialista y yo aquí en la sesión de manicuría terminándome una francesita...

Martes a la noche, salimos a bailar con las chicas a un lugar nuevo al que nos invitaron en un club de barrio. Después de tomar algo damos una vuelta para recorrer el lugar. Entre unas imágenes del club celebrando distintos festivales y unas plaquetas honoríficas, vemos la foto de una cincuentona con vestido de quinceañera y tiara de strass, la torta de quince (más treinta y cinco) tiene una base blanca de mazapán, después una columna de metal larga que sale del centro de la base y sostiene el segundo y último piso arriba de todo. El medio, donde deberían aparecer sucesiones de escalones concéntricos de tortas, está vacío. La columna de metal brilla señalando la carencia. Nos reímos. Volvemos a la mesa. Decidiendo el sabor del próximo daikiri, otra vez, golpea la culpa: ¿Qué es tan cómico? ¿Que a esta mujer, el día en que consigue juntar lo suficiente para festejar unos postergados quince años, no le alcanza para una torta completa de varios pisos? ¿No es graciosísimo reírse de los pobres?
Bueno, estuve mal pero no importa: llego a casa y leo tres manifiestos comunistas.


lunes, 26 de abril de 2010

García u Orsi



En el sofá, frente al televisor:

Orsi: ¿Por quién votás?
García: Por la ranita, ¡¡por supuesto!! ¿Por quién voy a votar, si no?
O: Y... por la serpiente; pobre, mirá qué linda es...
G: Pero la serpientes es mala...
O: Tienen mala fama; son como cualquier hijo de vecino. La ranita se comió a la mosca, ahora le toca a ella. Yo estoy con la serpiente.
G: De cualquier manera, es un documental sobre reptiles, no un partido de fútbol, no hay que votar por nadie.
O: Es lo mismo: siempre hay que alentar por alguien, siempre se trata de fuerzas que se oponen. Hay que elegir. Yo voto por Trotsky, por Boedo, por Riquelme, por Pearl Jam, por Heráclito y por Angelina Jolie.
G: No estoy de acuerdo.
O: ¿Vos nunca tuviste una preferencia, una inclinación?
G: Bueno, sí, alguna simpatía he tenido... recuerdo que, cuando tenía 15 años, era fanática de la ortografía... "Termina en -ción/y su derivado/es en- dor o -tor./Preste atención,/pues ya lo ve,/ es el vocablo/ que va con ce!!!". Bueno, en fin... pero de ahí a desarrollar una conducta enceguecida por la vehemencia de las pasiones hay un abismo infranqueable. La clarividencia depende de saber apreciar tanto ventajas como limitaciones, alejarse del compromiso con una única posición, abominar de los fundamentalismos, entender que existen los matices.
O: Ajá. O sea que vos, entre elegir blanco/negro o quedarte en una grisácea distancia crítica, elegís la segunda opción.

G: No, no. No se trata d-
O: -Uno siempre toma partido. Todo es 1 o es 0 y fin.
G: Mirá el caso, por poner un ejemplo concreto, de los cuatro elementos: aire, fuego, tierra, agua. No son reductibles a dos únicos valores absolutos.
O: Es verdad.
G: Sí.
O: Yo voto por el fuego, ¿y vos?

domingo, 18 de abril de 2010

Al día

El problema fue que la semana pasada no existió en verdad. No hemos vivido los últimos siete días. Si a usted le pareció que sí, que tuvo una pila de vivencias esta semana que pasó, atájese la certeza: la última semana fue una farsa y hoy sigue siendo 12 de abril. Una mentira; sí señor, como la llegada del hombre a la luna, los reyes magos y los gauchos. Cosas que nunca existieron.
Aun así, procedemos a enumerar a continuación lo que han dejado las recientes actividades de nuestras heroínas.


Orsi va a hacer un trámite al banco. En el largo transcurso del mismo pasa por su mente esta caravana de reflexiones:
1) El señor que a duras penas puede caminar sube la escalera y atraviesa el palier del banco pisando las patas del perro vagabundo que ya no puede caminar; 2) Es la quinta vez que ese drogadicto va al baño. Sé lo que estás pensando y sí, estás bardeando; 3) No es tan infrecuente descubrir que tanto padre como hijo se cortan el cabello en la misma peluquería; 4) Un viejo con cara que imanta credibilidad jura que un día va a venir al banco con su magnum y va a matar a todo el mundo. Los oyentes no le retaceamos el apoyo; 5) Si querés que te den el crédito, por favor reprimí ese tick nervioso.

Anita Leporina está enferma.
Los hados y hasta el más recóndito de los dáimones se complotan en su contra cuando, tras un día aquejado por una serie de molestias vinculadas a problemas hepáticos, llega a casa y al abrir la heladera da con un tupper de choricitos bombón.
Ya de madrugada, arrancada del sueño y húmeda por el contacto con las sábanas febriles, se levanta de la cama y postea:
Me siento invadida. Como si pudiese llegar a vomitar aquí mismo la delantera de Argentinos Juniors campeón `85. Colijo que el choripán no está en su sitio, se ha vuelto ancla que me ata a esta sensación de malestar y no me deja salir a flote. Véase el siguiente gráfico explicativo:


Parte médico:
-Estado crítico de Bichi Borghi en las venas
.

Por motivos evidentes, Anita Leporina solicita a los pedófilos dadivosos que por esta semana se abstengan de ofrecerle caramelos y chocolatines en la calle.


Por su parte, García sospecha que Spielberg supo leer a Dickens mejor que nadie y que Derrida es la dialéctica al cuadrado.

domingo, 11 de abril de 2010

Bueno = nada




a Adán Cohen


Ayer, el sobre
pesaba más de la cuenta.
Abrí el Topolino al salir del kiosco:
una 22 brillante.
re lindo!

Siendo una niña, quizás mate a alguien
y me amonesten
con el índice erecto;
después un chupetín al salir del juzgado.
re lindo!

Y finalmente el Charlie Circus
o ese nivel de Mario bros
que quisiéramos que nunca terminara
(palmeras piso y un cielo
que se atraviesa con puentes colgantes).
re lindo!

Apretada más tarde, en el baile,
con Bazoocas de banana
.en la garganta y perfume
Paco en mis senos nasales.
La botellita apuntó a un cadáver
que tiene los labios pegados
con Poxipol...................................................
-¿Mentira o causa?
-Mentira
-¿Quién es la más bella de este reino?
-La abuela,
a la que visitamos drogados cada domingo.
re lindo!

No me acuerdo bien cómo se contrata
a un inmigrante y se rellena un culo.
Desaprobé el final: Narcotráfico I.
Después compré la fotocopia de Dios,
subrayé la Verdad con resaltador amarillo
y me saqué un diez.
re lindo!

Ahora a dormir, mañana viene
a buscarme temprano el transporte escolar.
Hay un chico gordo con aparatos
que llora cuando lo insultamos
se ahoga y se pone colorado.
Gotitas de sangre,
guardapolvo blanco
re lindo!

domingo, 4 de abril de 2010

como Isadora Duncan




Sin lugar a dudas es una suerte que, ni bien venidos al mundo, tengamos gente cerca que nos proteja de los innumerables peligros que acechan en esta viña del Señor.
Estamos gateando y enfilamos para el balcón, siempre hay una mano amiga que nos levanta y nos deposita en el corralito. Salimos de la pileta y atacan las ganas de tomar Coca-Cola, siempre existe esa garganta comedida que nos reconviene: ¿Querés ponerte unas ojotas, pedazo de pelotuda?
Lo mismo para el caso de las tan atractivas bolsas de supermercado y su ineluctable influjo seductor sobre nuestras tiernas mentecillas: Ni si te ocurra ponerte esa bolsa en la cabeza ¿Sabés todos los nenes que se murieron asfixiados jugando así?

Sensatos y razonables gestos de amor! Qué sería de nosotros sin ellos...

Por eso hoy día me alegro tanto cuando en invierno voy a lo de la abuela y al verme ya comienza a gritar:
"-NOOOO!! Acomodate esa bufanda ahora mismo, que te podés morir como Isadora Duncan".
Isadora Duncan (1878-1927) fue una bailarina norteamericana que murió estrangulada por su propio chal mientras manejaba un descapotable en Niza.

Siempre me detengo a pensar en los prudentes consejos que nos dan nuestros mayores. Esta advertencia en particular suelo oírla a menudo, ni bien asoma la cabeza la temporada otoñal con sus bajas temperaturas.
Ahora, parada en la esquina y muerta de frío, extiendo el brazo más allá de la línea del cordón mientras se me ilumina la cara con el cálido recuerdo del amoroso consejo que Madre me dio antes de salir de casa: "-Con toda esa lana colgando no, enrollala entera alrededor del cuello si no querés morir como Isadora Duncan".
Procuro que la bufanda quede bien enroscada y me subo al 273.


lunes, 29 de marzo de 2010

Mandados

-Perdoná que no te pude hacer el trámite, mamá, me lo rechazaron porque no habías firmado el documento.

-Pero vos ¿para lo único que sabés falsificar firmas es para boletines escolares?

lunes, 15 de marzo de 2010

Un día un australiano podría despertarse y decir:

"Uuuh! Flashamos: nos colgamos con el proceso de emancipación nacional".




Y sin embargo, se van a dormir tan sufragáneos.

sábado, 13 de marzo de 2010

Orsi acapara el blog. García huye. Anita Leporina lee

Había una vez una página en blanco.
Este post termina acá.

Pero sigue.


Se impone la obligación de ser narrativo y no bardearla.
Eventualmente, se olvida de sus obligaciones.

sábado, 6 de marzo de 2010

El reino interior

Tras una larga mañana tramitando la renovación de su licencia de conducir, a Orsi le es dado acceder a algunas verdades sobre su persona. Con sangre endometrial, Orsi escribe:

Odio a las embarazadas. A todas. No, no son tiernas. Son unas hijas de puta que se cuelan en bancos, exámenes finales, la obra social, restaurantes, etc., etc.. Quiere alguien explicarme el argumento por el cual una persona que hace algunos meses tuvo sexo sin hacer uso de métodos anticonceptivos tiene más derechos que yo?

Por los motivos antes expuestos, me propongo ser -cuando me preñen- "La Embarazada más Copada del Mundo"...
Inútil que me cedas el asiento en el colectivo, voy a viajar parada.
Fumame al lado, no hay drama (cuánto más nocivo para el feto es respirar el plomo expedido por el escape de los autos mientras su madre camina por la ciudad -¿o acaso se van a vivir nueve meses al campo las muy hijas de puta?).
La copadez por antonomasia me la dará el hecho de que voy a estar dispuesta a golpear a cualquiera. Todos sabemos que no hay nada más copado que una embarazada que caga a palos a la gente.
El único antojo que voy a tener es destrozarle los dientes a puntapiés al que me diga: "Ay, qué liiiindo, estás esperando un bebito" . O sea... tengo gente en el cuerpo, no es que soy retardada, no me hablés como si estuviera en la etapa holofrástica.
Y cuando esté llena de placenta y carne de embrión (tipo 8-9 meses) aceptaré toda clase de apuestas: ¿que si me animo a tirarme desde el techo del quincho a la pileta? La doblo: te caigo bomba en la parte bajita.

Orsi deja la uterina pluma, se prende un Gitanes. Agarra el control de la TV y sintoniza Chacarita-Gimnasia.
Agitando la mano para alejarse el humo de la cara, García le dice:
-Ponelo en miud que el relator no me permite captar la sonoridad de los alejandrinos polirrítmicos de Darío.
-¿En mute? Pierde todo el encanto.
Anita Leporina intercede:
-¿Por qué no lo vas a ver al bar de la estación?
-Buena idea, ahí venden una caña paraguaya que es la gloria.


domingo, 28 de febrero de 2010

Capacidad limitada

Tres alfajores Shot y una Coca Zero, eso me vendría bien para cargar energías y seguir viaje. Mi abuela Juana quiere orinar. Pongo el guiñe y dejo la autopista.
La YPF está abarrotada. Es una de esas que tienen una cafetería para comprar golosinas importadas, con azulejos limpios y café en vasos de telgopor. Esperamos.



Mi abuela no se impacienta, quizá ya olvidó que estamos haciendo fila para estacionar y que vaya al baño. Quizá ella cree que estamos en camino. A fin de cuentas es igual, pura espera.

Sin avanzar un solo centímetro seguimos en la fila de autos. Mi abuela levanta la mano con lentitud, veo los nudillos hinchados. Señala. Frente a la puerta del drugstore hay un espacio libre para estacionar, marcado en el piso con pintura amarilla y un cartel que dice "Reservado para discapacitados".
La miro, sonríe.
-Decile al empleado que necesitás el espacio para tu abuela agonizante. Yo me encargo del resto.

Obedezco y me bajo del auto. Me acerco a un playero esforzando mi cara de turbación.
-Hola ¿Qué tal? Mirá, en ese auto llevo a una persona con... (incremento el gesto de turbación un 70%)... dificultades. ¿Podría estacionar en aquel espacio?
-Por supuesto. Está para eso. Esperame que le pido a esas camionetas que se corran y estacionás.
-Gracias.

El chico se saca la gorrita  y les hace señas a dos conductores. Ambos bajan el vidrio y empiezan a discutir con el playero.
Me subo al auto.
-¿Qué te parece así, querida? -veo que mi abuela quiebra el cuello, entreabre la boca y agita los brazos pegados al cuerpo con movimientos cortos, ensaya convulsiones.
Sospecho que, en realidad, la actuación la rejuvenece.
-No, no te preocupes, no hagas nada. No creo que ni siquiera nos miren cuando bajemos.

Con el camino ya despejado, avanzo despacio esquivando coches y gente y estaciono frente al negocio.
Después de bajar del auto y dar la vuelta, abro la puerta del acompañante para ayudar a mi abuela a salir, como siempre.
Cierro la puerta, subimos despacio a la veredita. Entonces escucho de atrás:
-Ah, es una persona mayor -el playero nos inspecciona de arriba abajo.

Yo: Sí, es una persona grande y tiene dificultades para caminar, es muy mayor. Por suerte la puerta del baño está acá nomás.
Playero: Bueno, abuela, trate de hacer rápido, porque en cualquier momento puede venir alguien en silla de ruedas y pedirme el lugar.
Juana: Más abuela será tu abuela. (Juana detesta que la llamen "abuela")
Yo: No hay que preocuparse -la interrumpo rápido, el odio le da un aire de vitalidad que no nos conviene-; si aparece alguien con una dificultad mayor nos organizaremos de alguna manera.
Playero: Ah, ¿y cómo nos vamos a organizar?
(La nona y yo cruzamos miradas.)
Yo: Y bueno... hay que ver quién necesita más el espacio; quién tiene más problemas...Como un concurso para el espacio de discapacitado. Me parece lo más justo, ¿no?
Playero: Y... sí.
Juana: Yo diría que si viene un ciego tartamudo hay que cederle el espacio, lo merece.
Yo: Sin lugar a dudas. ¿Y qué sucedería con un mogólico rengo?
Juana: Ah, no. Mogólico rengo mata ciego tartamudo.
Yo: Es claro.
Juana: Habría que ver el caso de un hemipléjico con enfermedad terminal...
Yo: Y... depende de cuántos órganos tenga tomados por el cáncer. El tema es si junto con él aparece un autista esguinzado.
Juana: Fácil. Es como sucede en el póker con los valores del color y el full dependiendo de la cantidad de jugadores. Si hay más de cuatro coches disputando el lugar, gana el hemipléjico canceroso. De lo contrario va el autista.
Yo: Perfecto. Nos queda determinar una serie de oscuras malformaciones...
Playero: Vayan, vayan. No hay drama.

Dejamos atrás al chico de la Shell y caminamos del brazo hacia el baño.
Ya sentadas en el patio de comidas del drugstore, tomando gaseosa dietética y saboreando los alfajores, mi abuela me comenta con la mirada perdida en la playa de estacionamiento que rebalsa de autos:
-Ese muchacho... tenía algunas dificultades, ¿no?