-séptima temporada-

lunes, 16 de noviembre de 2009

Mujercitas

El sábado a la mañana empezaba fútbol. Había que estar a las once menos cinco en el club.
Short negro, musculosa anaranjada, medias hasta la rodilla haciendo juego, vendas para pagar derecho de pasto, todo quedó intacto y prolijo adentro de la cartera.
Me desperté pasado el mediodía. Al bajar las escaleras Minaya me esperaba en la cocina, tomando en vaso de trago largo un licuado de maracuyá.
Por entre el vidrio biselado y el paragüitas de plástico vio cómo me limpiaba el rimmel con el dorso de la mano y buscaba un Sertal Compuesto. Detrás de mi nuca resonó el sorbido final amplificado por la pajita.

A veces hablamos para atajar reproches:

-Falté al entrenamiento -la miré apoyar el vaso vacío sobre la mesada, meneaba la cabeza.

-Así nunca vas a conseguir novia.






domingo, 15 de noviembre de 2009

lunes, 9 de noviembre de 2009

La máscara autobiográfica

Algo que siempre me he preguntado es si éste, mi devenir lepórido, tiene acaso un origen mitológico o, por el contrario, si se trata de una continuidad ya congénita, ya esencial a mi ser.
Abandono la primera hipótesis hasta la madrugada en que me pinte fabricar una cosmogonía. Quedo al acecho, entonces, de alguna respuesta ante la pregunta por el sentido leporino de mi posible relato autobiográfico.


Si hay una cosa que expone a las personas es el disfraz. El acto de elección de un disfraz habla de vos con una claridad concreta, visible en cada pliegue de papel crep, en cada centímetro del plástico de cotillón. El disfraz, lejos de ocultar a la persona que lo usa, la descubre, la denuncia ridícula, escandalosamente.
La gordita con disfraz de colegiala quiere guerra, no hay nada que hacerle. El chabón que fue de jugador de fútbol necesita por un momento la atención de todos, un único momento en el que se confirme que Nosotros lo aceptamos; porque no, no podría soportar que se rían de él, que le digan "qué desubicado". Pasado ese momento de atención que lo redime, quiere tener perfil bajo. Por su parte, la divorciada que va de odalisca cree que está más buena de lo que su ex-marido pensaba. Etcétera.

Las fiestas de disfraces son el escenario elegido en el capítulo autobiográfico de hoy. Rastrear el devenir leporino de una existencia es, justamente, la caza de conejos que estamos iniciando.
.....

Cierto día en la colonia de vacaciones se convocó a una fiesta de disfraces que daría por concluido el verano .
Así es que la niña Anita tuvo que pensar de qué se disfrazaría. No lo dudó mucho, eligió el motivo del disfraz y su padre se lo fabricó. Aquel día lo lució con orgullo:



Entre los niños que charlan y juegan felices estoy yo, Anita Leporina, disfrazada de Cabina Telefónica.

Reflexionémoslo con la propiedad que el acontecimiento merece: YO ERA UNA FUCKIN` CABINA TELEFÓNICA.



¿Qué clase de niño elige un disfraz así?¿Qué idea pasaba por mi mente?¿Qué clase de padre construye para su niña tal artificio? (Esa respuesta la sé: uno muy groso).

Me acuerdo vivamente del calor. Me acuerdo del desfile de disfraces: de balancearme como si estuviera bailando, bailando en una caja. Mecer esa estructura a un lado y otro: un gesto de acercamiento al mundo.
Pero no fue todo soledad, recuerdo cierta interacción. Hubo quien se me acercó, agarró el tubo y, tras fingir que marcaba un número, jugó a que llamaba por teléfono. Yo, adentro de la caja, no sabía cómo reaccionar. Dejé que hiciera, desde mi tibia oscuridad.

En definitiva la pregunta es ¿Qué dice de mí ese disfraz?: ¿que me encantaba jugar y charlar con mis compañeritos? Obviamente, no (véase foto nº1).
En este punto creo que ya ingresé al corazón de la narrativa autobiográfica, la cual funciona -en mi opinión- a partir de un motor fundamental, el mandato al lector: Júzguenme!!!: ¿Soy normal?

Continúo con mi relato confesional a ver si se asoma la presa, la punta de unas orejitas blancas.
Gané el primer premio de ese concurso de disfraces. Quizá algún ex-compañero recuerde aún hoy el desfile, el balanceo de la cabina.
Años después, yo había mejorado mucho. Aquí me tienen a la edad de 9 años en otra fiesta de disfraces:



De derecha a izquierda: un gauchito, un vagabundo, la chilindrina con un globo, un hada, una hawaiana y en el extremo izquierdo, yo, disfrazada de La Muerte Segadora. *

Una niña de 9 años. La muerte. Qué bonito, qué bonito.
Este concurso no lo gané, pero lo importante es que el blanco ya está en la mira, no tiene donde esconderse.

La identidad leporina es una niña disfrazada de muerte; el devenir lepórido, una cabina telefónica sin cable a tierra, incomunicada.


Ahora mismo pienso en el disfraz que voy a usar en la próxima fiesta de disfraces que tenga. No sé cuál será, pero ya he decidido que tendrá como principal accesorio un falo gigantesco. Así que, papá, si estás leyendo esto...





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* Ah, en el centro, con indiscutible vocación de diva intergaláctica, Minaya (nada menos) representando a la Estatua de la libertad (otro disfraz confeccionado por mi padre).

domingo, 8 de noviembre de 2009

Un alto en el estudio del Poscolonialismo

García haciendo zapping: "Hay demasiadas películas en el mundo que tienen que ajustar la verosimilitud de las escenas de lluvia."

Con la mirada fija en los bigotes de Robert Duvall, Orsi asiente: "Un género cinematográfico que suele amenizar la tarde de los domingos: las películas de poker."

domingo, 1 de noviembre de 2009

Mischwesen kalé




Un mundo sin Shiloh es un mundo menos bello.



"Du stakkels lille havfrue har med hele dit hjerte stræbt efter det samme, som vi, du har lidt og tålt, hævet dig til luftåndernes verden, nu kan du selv gennem gode gerninger skabe dig en udødelig sjæl om tre hundrede år"
H. C. Andersen, "Den Lille Havfrue"