-séptima temporada-

viernes, 28 de enero de 2011

miércoles, 26 de enero de 2011

Clarividencia

-Prendé la luz que no puedo ver bien lo que decís.


Medio sorda, mi abuela sabe que es más fácil entender si lee los labios
(También sabe que es más fácil mentir a oscuras)




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Con tan escueta entrada reinauguramos este espacio y los invitamos a leer un post de diciembre, recién visible ahora. (Sí, colgué. Banquen):



lunes, 24 de enero de 2011

La muerte de Passepartout

Hoy ha muerto Passepartout. O quizás fue ayer. No lo sé.

En primavera se volvió loco. Tenía dos años. Cuando me acercaba a la jaula lo veía correr de acá para allá frenético. Tal vez para llamar mi atención. Una vez se detuvo de golpe. Me miró fijo, despacio se llevó la cola a las manitos. Abrió la boca sin dejar de mirarme. De golpe se mordió su propia colita, los incisivos hundidos en esa víbora rosa.
Después empezó con lo de morderse y arrancarse la piel. Primero una lastimadura, después otra y otra. Minaya diagnosticó: "No pueden ser alergias ni hongos. Sarna".
Se le cayeron todos los pelos.
Dejé de ofrecerle la mano para que se subiera a mis hombros. Tenía casi dos años. Haciéndolo pender de la cola le unté una crema con corticoides en las pústulas pero fue peor: cada vez se rascaba más fuerte y se arrancaba pedazos de piel más grandes.

-En la facultad vemos caballo, perro y gato. Nada de roedores -el veterinario dijo que no sabía qué tenía.
-Pero yo compré el ratón acá -insistí.
-Lo vendo como alimento de víboras, no como mascota -me hubiera gustado taparle las orejitas a Passepartout, que se rascaba como loco dentro de la jaula, para que no escuchara una declaración tan fea.

Tenía más de un año ya.

Al acercarse las fiestas llegó la preocupación por las vacaciones. Llevarlo conmigo de viaje no era una opción. Conseguir quien lo cuidara durante más de un mes planteaba la siguiente situación paradojal: El amigo maduro y responsable que se acuerda de alimentarlo todos los días es el mismo que les tiene asco a los ratones (pobres conciencias permeables a la reaccionaria propaganda anti-roedores!).
El amigo que me recibe sin inconvenientes a la rata presenta una marcada tendencia a la indolencia/dejadez/indigencia.
La primera persona sin hijos de 5 años (al fin y al cabo no sabíamos qué lo enfermaba) en ofrecerse a cuidarlo se lo quedó.

Aquella fue la última Noche Buena que pasó con nosotros. Tenía algo más de un año.

Lo dejé con su bebedero y su recambio de viruta, con los ojos vidriosos como afiebrado o muy triste.
-Vuelvo el 28 de enero. Cualquier problema me llamás.
-No anda muy bien ¿no? Tiene toda la piel lastimada.
-No sé qué le pasa.
-Es que estos bichos no viven mucho. A lo sumo tres o cuatro años.
-Sí, eso me dijo el veterinario. Che, gracias por cuidarlo.

Yo ya había hecho un viaje largo antes y en esa oportunidad me había resultado fácil encontrar quién se hiciera cargo. Claro, estaba en su apogeo ratonil. Éramos irresistibles haciendo nuestro número especial: él, una suave bolita caliente de pelos y sangre, se metía en la manga de mi remera, trepaba todo el brazo desde la muñeca hasta la axila y salía por el escote. Su rosado hocico asomando entre mi piel. Esta vez no fue tan fácil. Todo en él recordaba a la peste bubónica.

Llamé tres veces para preguntar cómo andaba. No, llamé dos veces. La primera desde la playa, el viento no me dejaba oír bien. Tuve que colgar enseguida.

Quizás no debí haberme ido estando él tan enfermo. Pude haber indagado en otra ciudad por un veterinario de exóticos. Tenía prácticamente un año.
Hasta que marqué el número lo supe: "No es mi culpa si empeora".
Me contaron que hacía tiempo que no lo veían corretear en su ruedita. Llegaron a pensar que se había escapado. Con un palo levantaron su casa de cartón, húmeda porque la jaula no había sido renovada por semanas. Su cuerpo de roja felpa podrida se acurrucaba, arrinconado en la muerte, mi ratón.
Le respondí que lo tiraran a la basura. Que el cadáver me esperara frizado en una Ziploc no servía de nada. Científicamente inválida autopsia filial entre las milanesas de merluza.

La tranquilidad es saber que fue algo natural. "Murió de viejo" me dicen todos, "Ya había cumplido su ciclo vital". Esforzarme para oír detrás de los pésames y las explicaciones como un ronroneo que es él, perdonándome desde afuera, escapado de todo escabullido de su propia piel fuga feliz de su madre de la peste de la vida, es lo que más me consuela.