-séptima temporada-

miércoles, 21 de julio de 2010

Fugaz interludio hacia el éxito


Es evidente que mi destino es ser una estrella de rock. Lo tengo todo. No puedo fallar.
Lo único que me estaría faltando es una oportunidad, una chance melodiosa de que el mundo me oiga y me ame inmediatamente. Ah, y también necesitaría saber cantar más o menos y tocar algún instrumento.

Lo de mi aprendizaje en la guitarra no estuvo tan mal. Yo estaba practicando el arpegio de "No woman, no cry". Calculo que estaría a menos de un paso de la gloria pop cuando el profesor me dijo: "Pará, pará".
Paré, apoyé la palma sobre las cuerdas e hice girar la guitarra para que quedara boca abajo sobre mis muslos, como un nene al que le vas a dar palmadas en la cola.
"No sé si es que no te gusta o no le dedicás tiempo, pero estás estancada. Yo no quiero ser más tu profesor. Supongo que con un cancionero te arreglarías bien". Miré el reloj, faltaban 40 minutos para el final de la clase. "-Bueno, ¿sigo tocando hasta las cuatro o terminamos acá?". "-Preferiría que te fueras ahora".
Eso no lo puedo negar: el profesor siempre era muy claro a la hora de explicar qué había que hacer.
Me puse a enfundar el instrumento, él se paró, se acercó a la puerta. Estaba apurado. Acomodé rápido mis cosas y salí del departamento sin recibir saludo. Bajando las escaleras se me hizo claro: es nuestro destino, Mozart, Chopin, Ricky Espinosa. Todos tuvieron obstáculos en su camino antes de triunfar. Bueno, por ahí Mozart no tanto.
Frené en el descanso de la escalera para terminar de correr el cierre de la funda. Lloré un poco.

Después estuvo lo de Dios. Había estado todo el día practicando unos temas de "Pescado rabioso". Tendría que tratar de demorar menos al cambiar los dedos de posición, si no medio que me queda el ritmo cortado cada vez que paso de acorde. Las cejillas tampoco ayudan mucho, suena como si la guitarra tuviera catarro. Cuestión que en un momento me agarró frío, apoyé la guitarra contra la pared y fui a buscar un sweater. Si digo Dios quizá sea una exageración, pasa que no sé cómo explicar que la puerta gigante y pesada del armario haya volado hacia atrás recorriendo de punta a punta el dormitorio hasta estamparse contra la guitarra, justo en el puente. Ni si quiera llegué a verlo bien. Cuando me di vuelta, estaba el mango por un lado y la caja de resonancia por el otro. Las cuerdas como tripas abiertas formando un rulo. Agarré el mástil y vi cómo mucho más abajo se balanceaba la caja sostenida sólo por las cuerdas. Apareció Minaya en el pasillo. Ella fue la que me dijo lo de la voluntad divina, que dejara la música, si no quería causar más caos. Pero Dios es como mucho. Probablemente haya sido una divinidad menor.

Una vez tuve oportunidad de mostrar mis dotes musicales frente a un artista conocido. Que se estuviera tapando los oídos no me pareció un gesto ambiguo: era para apreciar mejor mi performance.

Lo que pasa que la guitarra no es lo mío, pídanme cualquier cosa pero no que me corte las uñas, mis uñas divinas siempre largas, afiladas y con esmaltes de todos los colores. El profesor a veces me palpaba las yemas, quería ver cómo avanzaba el callo. Pero no había ninguno y se enojaba.
De chiquita aprendí muy bien a tocar el piano, lo único que nunca lo hice sonar. Apretaba el botón de "demo" que había en el órgano y se escuchaba una cancioncita. Entonces yo fingía magistralmente que movía las manos sobre las teclas. Sacudía los codos al ritmo, y la ondulación de la muñeca se acompasaba con el cadencioso movimiento de las falanges sobre las negras, las blancas y, prestissimo, de nuevo las teclas negras. También me destacaba mucho en lo que tenía que ver con articular la columna, bajaba y subía los hombros inclinando la cabeza hacia un lado mientras entornaba los ojos. Tras la coda, dejaba morir los brazos a los costados, como si la ejecución me hubiese ejecutado, o chupado las energías.
Encarnación aristotélica de la mímesis, del arte en estado puro; nadie lo puede negar, nunca fui una metafísica.
Con orgullo admito que manejo con bastante prestancia el vibraslap, pero me pesa confesar que lo que nunca aprendí son esas palabras -ni los conceptos que traen asociados-: escala, armónicos, tónica, claves... Debe ser porque yo soy una música de oído, que lleva el solfeo en el corazón, la teoría no es para mí.
Es así, no importa que fracasemos instrumento tras instrumento, nosotros hemos oído el llamado. Es el lugar que el mundo nos depara, en algún lado nos están esperando con los brazos abiertos y dispuestos a aplaudir. Somos los elegidos, el ruido y la furia sólo sirven para que nos empecinemos en la búsqueda de la celebridad que por derecho nos corresponde.
Durante mi adolescencia supe componer algunas canciones, todavía las recuerdo. Quizá en el futuro pueda subir alguna al blog, como para que se deleiten. A lo mejor algún lector, tras el click y el buffer, descubra en la música que sale de los parlantes el timbre inconfundible de mi atronador talento.

viernes, 16 de julio de 2010

Postal africana

Queridos lectores:

Africa es como la contó Conrad, intermitente y borrosa. Ni bien termine este levantamiento armado volveré a retomar el blog.
La extracción de diamantes a veces me deja sin energía. Por suerte, a mi lado está Minaya, espectadora del mundo tras bambalinas.
Ayer, cuando llegué a nuestra tienda de campaña, la encontré acariciando a su nueva mascota. Apenas me vio descorrer la puerta, comentó ansiosa:

-A Nico también le regalaron un perro, pero el suyo vino con los ojos puestos.






El pequeño Escorbuto, perro de Minaya.

lunes, 5 de julio de 2010

El día muy verosímil en que Anita Leporina conoció a León Trotsky

Ese, el que tiene la cabeza medio abollada, ¿no es...? Sí, es!




-Hola, León Trotsky!
-Hola.
-¿Cómo está?
-Bien.
...
...
...
...
...


-Y, don León, ¿qué cuenta?
-Nada, estoy escribiendo.
-Ah.
...
...
...
...


-Y... ¿es interesante lo que está escribiendo?
-Sí.
-Qué bueno.
-...
-¿Y cómo está usted?
-Bien, estoy trabajando.
-Bueno.
...
...
...


Lo malo de las fantasías es cuando a uno no se le ocurre nada para remar la charla.